Su Majestad GIna.
Recuerdo la primera vez que la vi. Sus piernas, la sonrisa, su forma de moverse. Pero sobre todo, y no es que lo anterior o lo que queda sin nombrar no fuese divino, me gustaron sus hermosas manos.
Aquel día vestía una faldita roja, una blusa blanca y unos zapatos de tacón también rojos.
La miré una vez más, sin que ella se diese cuenta. Pude ver como se entreabría su blusa blanca porque se había desabrochado un botón, y asomaba el bordado de su bra, limpio y elegante: su pecho oscilaba con suavidad, como una ola en verano. Estaba concentrada en algo que leía y yo seguía estudiando e intuyendo la curva de su pecho, atrapado en su bra. Era hermosa, muy hermosa en esa hora de la tarde.
Pasé junto a ella y me saludó como siempre.
- Hola
Me gustaba ver su sonrisa, oír su voz, pero no me atrevía a nada más. Había algo tan potente en su belleza que me paralizaba, pero al mismo tiempo me atraía.
Llegué a casa y no dejaba de pensar en ella.
La imagina sólo con los tacones, con su bra y con sus pechos contenidos en él. Vendría hacia mí y se agacharía sobre mi pene. Con sus hermosas manos lo así por la base, agarrando con suavidad los testiculos. Comenzaba a moverlos en círculos. MI erección era considerable. Comencé a masturbarme con la imagen de sus pechos, su sonrisa y sobre todo: sus manos, las uñas pintadas de rojo intenso, el sonido de una pulsera y los dedos. Ella sería la que me masturbaba. Con tanto arte. Mi sueño se consumó en una eyaculación espesa y untosa. Pensé en ella tumbada junto a mí mientras le acariciaba su hermosa melena.
mmm
Pero sólo era una ensoñación.
Un día, sin saber, por qué bajé al centro de la ciudad. Era tarde y necesitaba tomar algo frío, tenía mucho calor. Entré en un bar cualquiera y pedí té helado. No la había visto, pero se acercó y me dijo que me estaba observando.
- Hola, ¿quieres sentarte?
- Sí, gracias. Eres muy tímido.
No dije nada. Se sentó. Su blusa color salmón era vaporosa y dejaba adivinar sus pechos, el brassier que las abrazaba. Su boca era dulzura y pasión
- Ay, por qué no me dices nada.
Se rio
- Yo no sé qué decirte.
- Yo sé que me deseas.
- mmm
- No lo niegues.
Acarició mi mano y yo no la rechacé, aunque estaba azorado. LA miré directamente a los ojos y ella se puso melancólica.
- Quiero un poquito de ti, sólo un poquito
No sabía que decir
Me acarició el muslo
- ¿No tomas nada?
- Agua, estoy muy acalorada y necesito refrescarme. Mi corazón va más rápido que mi cabeza, a veces
Se desabrochó un botón de la blusa. NO había casi nadie ya en el bar.
- ¿Te gustaría besarme?
- Sí
Su boca se desacía en naranjas, fresas y líquidas burbujas de oro y champagne. Su chispeante sonrisa me obligaba a acariciar su cintura. Sentí la braguita y jugué con la goma que se ajusta en su cintura. Gina suspiró. Le susurré que la deseaba, en la oreja, para hacerle cosquillas. Se estremeció y justo toqué su blusa, y noté como su pezón estaba erecto.
- ¿Por qué nunca me dices nada? Te deseo
- Soy timido.
- Eso me gusta mucho de ti, tengo ganas de saber a que sabe tu cuerpo, pero no vayamos con prisa. Ha sido una suerte encontrarnos.
- Eres muy bella.
- Soy más ardiente, más putilla en la cama, muy señorita fuera, y una unión de las dos cosas cuando me entrego de verdad.
- Me excita tu manera de hablar, tu voz
Susurró:
- Quiero entregarme a ti, totalmente, con todo lo que soy, lo deseo desde hace tiempo. Te vi antes y te seguí y pensaba en cómo decirte lo que ahora te digo. Ay, y te metiste aquí y lo vi todo claro, por eso soy directa, porque me excita que haya la posibilidad del rechazo, pero el goce de ser aceptada y ahora lo veo claro y nos veo a los dos denudos, en un ritmo conjunto, mis fluidos, tus fluidos, entremezclandose. Tengo ganas de saber a que sabes.
Me costaba entender a Gina porque hablaba bajito y susurraba y un viento de melocotones y olas de un mar de primavera me llegaba al oído y me besaba el lóbulo de mi oreja y mi erección era notable, una pequeña gota de semen se derramaba y la sentía como el anuncio de un cuerpo tan esbeldo, tan suave, esa cara que oscilaba entre la señorita seria y trabajadora y la voluptuosidad abierta que me relataba. La deseaba tanto.
- Algunas veces me masturbo con tu imagen, Gina. Encontré una foto tuya en internete, dos o tres más. Hago un pase en mi portatil y me masturbo, pienso en cómo será tu coñito, tus pezones, las areolas, el peso del seno, en tu culito. Pienson en cómo vas a gemir, en cómo tus dedos agarran mi pene, esas uñas tuyas tan rojas, una imagen que hace que eyacular sea un placer que traspasa el cuerpo y se centra en el deseo más profundo.
- Mi coñito se humedece.
- A mí una gota de semen se me ha escapado.
Le trajeron el agua y bebió. Sus labios sensualmente se humedecieron. Tenía una oscilación felina en su manera de sentarse y mostrar el muslo.
- Soy una atrevida y eso me excita tanto...
- ¿Qué hacemos?
- Vamos.
Sonaba una vaporosa música de violín, piano y clarinete. GIna parecía flotar sobre el suelo, el sonido de sus tacones era eterno y profundo. La veía y el dibujo de su piernas era una glorificación de línea curva, una invitación a goces húmedos y singulares. Podría decir que olía a ropa de cama recién puesta, a colonia humilde y perfecta, a los primeros gajos de naranja en la hora del desayuno. Era fresca y salvaje, contenida y con una explosión de lírica y sexo. Un sexo por descubrir, renovado en cada acometida, como una caña flexible que no se rompe, que recupera su geometría perfecta.
Acaricie, con el película de la blusa, con la protección del brassier, su pecho. Sostuve levemente el peso de aquella proporción; acaricié su base y noté como ella entornaba los ojos y suspiraba: entreabría la boca y su boca era era una playa inmensa de sal y aire templado. La bese lentamente, nuestras lenguas fueron una y continué con el otro seno, bajo la blusa, atrapado en las puntillas blancas del brassier. Deseaba que el tiempo fuese irrelevante, que el segundo fuese día y el día un año. Bajé mi mano y levante la falda. Allí estaba el motivo de mi deseo. Jugué con sus braguitas.
Ella me tomó la mano y me guió hasta la habitación. Me invitó a sentarme en la cama. Así lo hice. Se desabrochó la blusa, se quitó la falda, se bajó las braguitas, que quedaron en sus rodillas. Me pidió que me desnudase. Así lo hice. Mi erección era punto menos que dolorosa, pero el dolor se confuncía con el placer. Gina sonrió y comenzó a masturbarse, así, de pied, con su dedo índice, que se introducía lentamente y suspiraba.
- Por favor - me dijo-, tú no te masturbes, sólo mírame. Me voy a dar en ti, voy a ofrecerte mi goce y luego tú gozarás de mí y yo de ti, será un placer retardado que nos bañará a los dos, que nos inundará, ay, de húmedos jugos y afiladas caricias.
Quise besarla, pero no me dejo y me dijo que debía tener paciencia. Así lo hice.
Se masturbó durante un largo rato. Yo la miraba y ella me sonreía y suspiraba. Su coño era una elegante membrana de vibraciones y jugos brillantes, que me invitaban a soñar con un placer entre la electricidad y la calma suave de una playa al atardecer en otoño, ese olor que asciende del mar y se convierte en memoria de la felicidad. Me levante y besé su hombro. Acaricié su pecho y apreté ligeramente su pezón derecho. Ella bajó la cabeza y comenzó a agitarde. Agarro mi pene y jugó con él. Yo conseguía, por primerva vez en mi vida, controlar mi erección.
Gina abrió placenteramente sus piernas y me ofreció su coñito, tan hermoso. Comencé por besar la cara interna de sus muslos, pasé a acariciar con mi lengua el pelo que había sobre su vulva. Ella suspiraba sin pronunciar ninguna palabra: cuánto me excita pensar en esos sonidos. La levanté y comencé a penetrarla suavemente. Ella gemía
Mi semén inundó su vagina. Qué cosa ver cómo esa masa blanca y espesa descendía por su coño. Hice algo parecido a un masaje con mi palma abierta, de tal manera que embadurné de semén todo su coño. Ella introdujo mi pene en su boca y comenzó a succionar sin descanso. Me volví a correr. Otra vez el semen se posaba en su cuerpo.
Descansamos y charlamos. Al cabo de un tiempo. ¿una hora, dos, tres horas? Comenzamos otra vez.
- Quiero que me folles por detrás.
- mmm
- Así
Se intrudujo sus deditos en el ano.
Cuando estuvo preparado, bien dilatado, metí mi pene y comenzó otra fiesta. Ay, Gina, eres una diosa.
- ¿Su majestad Gina desea algo más?
- Si, más lechita, no puedo vivir sin ella.
La besé grandemente en la boca y sentí como eso era un regalo que disfrutaría para siempre. mmm
Aquel día vestía una faldita roja, una blusa blanca y unos zapatos de tacón también rojos.
La miré una vez más, sin que ella se diese cuenta. Pude ver como se entreabría su blusa blanca porque se había desabrochado un botón, y asomaba el bordado de su bra, limpio y elegante: su pecho oscilaba con suavidad, como una ola en verano. Estaba concentrada en algo que leía y yo seguía estudiando e intuyendo la curva de su pecho, atrapado en su bra. Era hermosa, muy hermosa en esa hora de la tarde.
Pasé junto a ella y me saludó como siempre.
- Hola
Me gustaba ver su sonrisa, oír su voz, pero no me atrevía a nada más. Había algo tan potente en su belleza que me paralizaba, pero al mismo tiempo me atraía.
Llegué a casa y no dejaba de pensar en ella.
La imagina sólo con los tacones, con su bra y con sus pechos contenidos en él. Vendría hacia mí y se agacharía sobre mi pene. Con sus hermosas manos lo así por la base, agarrando con suavidad los testiculos. Comenzaba a moverlos en círculos. MI erección era considerable. Comencé a masturbarme con la imagen de sus pechos, su sonrisa y sobre todo: sus manos, las uñas pintadas de rojo intenso, el sonido de una pulsera y los dedos. Ella sería la que me masturbaba. Con tanto arte. Mi sueño se consumó en una eyaculación espesa y untosa. Pensé en ella tumbada junto a mí mientras le acariciaba su hermosa melena.
mmm
Pero sólo era una ensoñación.
Un día, sin saber, por qué bajé al centro de la ciudad. Era tarde y necesitaba tomar algo frío, tenía mucho calor. Entré en un bar cualquiera y pedí té helado. No la había visto, pero se acercó y me dijo que me estaba observando.
- Hola, ¿quieres sentarte?
- Sí, gracias. Eres muy tímido.
No dije nada. Se sentó. Su blusa color salmón era vaporosa y dejaba adivinar sus pechos, el brassier que las abrazaba. Su boca era dulzura y pasión
- Ay, por qué no me dices nada.
Se rio
- Yo no sé qué decirte.
- Yo sé que me deseas.
- mmm
- No lo niegues.
Acarició mi mano y yo no la rechacé, aunque estaba azorado. LA miré directamente a los ojos y ella se puso melancólica.
- Quiero un poquito de ti, sólo un poquito
No sabía que decir
Me acarició el muslo
- ¿No tomas nada?
- Agua, estoy muy acalorada y necesito refrescarme. Mi corazón va más rápido que mi cabeza, a veces
Se desabrochó un botón de la blusa. NO había casi nadie ya en el bar.
- ¿Te gustaría besarme?
- Sí
Su boca se desacía en naranjas, fresas y líquidas burbujas de oro y champagne. Su chispeante sonrisa me obligaba a acariciar su cintura. Sentí la braguita y jugué con la goma que se ajusta en su cintura. Gina suspiró. Le susurré que la deseaba, en la oreja, para hacerle cosquillas. Se estremeció y justo toqué su blusa, y noté como su pezón estaba erecto.
- ¿Por qué nunca me dices nada? Te deseo
- Soy timido.
- Eso me gusta mucho de ti, tengo ganas de saber a que sabe tu cuerpo, pero no vayamos con prisa. Ha sido una suerte encontrarnos.
- Eres muy bella.
- Soy más ardiente, más putilla en la cama, muy señorita fuera, y una unión de las dos cosas cuando me entrego de verdad.
- Me excita tu manera de hablar, tu voz
Susurró:
- Quiero entregarme a ti, totalmente, con todo lo que soy, lo deseo desde hace tiempo. Te vi antes y te seguí y pensaba en cómo decirte lo que ahora te digo. Ay, y te metiste aquí y lo vi todo claro, por eso soy directa, porque me excita que haya la posibilidad del rechazo, pero el goce de ser aceptada y ahora lo veo claro y nos veo a los dos denudos, en un ritmo conjunto, mis fluidos, tus fluidos, entremezclandose. Tengo ganas de saber a que sabes.
Me costaba entender a Gina porque hablaba bajito y susurraba y un viento de melocotones y olas de un mar de primavera me llegaba al oído y me besaba el lóbulo de mi oreja y mi erección era notable, una pequeña gota de semen se derramaba y la sentía como el anuncio de un cuerpo tan esbeldo, tan suave, esa cara que oscilaba entre la señorita seria y trabajadora y la voluptuosidad abierta que me relataba. La deseaba tanto.
- Algunas veces me masturbo con tu imagen, Gina. Encontré una foto tuya en internete, dos o tres más. Hago un pase en mi portatil y me masturbo, pienso en cómo será tu coñito, tus pezones, las areolas, el peso del seno, en tu culito. Pienson en cómo vas a gemir, en cómo tus dedos agarran mi pene, esas uñas tuyas tan rojas, una imagen que hace que eyacular sea un placer que traspasa el cuerpo y se centra en el deseo más profundo.
- Mi coñito se humedece.
- A mí una gota de semen se me ha escapado.
Le trajeron el agua y bebió. Sus labios sensualmente se humedecieron. Tenía una oscilación felina en su manera de sentarse y mostrar el muslo.
- Soy una atrevida y eso me excita tanto...
- ¿Qué hacemos?
- Vamos.
Sonaba una vaporosa música de violín, piano y clarinete. GIna parecía flotar sobre el suelo, el sonido de sus tacones era eterno y profundo. La veía y el dibujo de su piernas era una glorificación de línea curva, una invitación a goces húmedos y singulares. Podría decir que olía a ropa de cama recién puesta, a colonia humilde y perfecta, a los primeros gajos de naranja en la hora del desayuno. Era fresca y salvaje, contenida y con una explosión de lírica y sexo. Un sexo por descubrir, renovado en cada acometida, como una caña flexible que no se rompe, que recupera su geometría perfecta.
Acaricie, con el película de la blusa, con la protección del brassier, su pecho. Sostuve levemente el peso de aquella proporción; acaricié su base y noté como ella entornaba los ojos y suspiraba: entreabría la boca y su boca era era una playa inmensa de sal y aire templado. La bese lentamente, nuestras lenguas fueron una y continué con el otro seno, bajo la blusa, atrapado en las puntillas blancas del brassier. Deseaba que el tiempo fuese irrelevante, que el segundo fuese día y el día un año. Bajé mi mano y levante la falda. Allí estaba el motivo de mi deseo. Jugué con sus braguitas.
Ella me tomó la mano y me guió hasta la habitación. Me invitó a sentarme en la cama. Así lo hice. Se desabrochó la blusa, se quitó la falda, se bajó las braguitas, que quedaron en sus rodillas. Me pidió que me desnudase. Así lo hice. Mi erección era punto menos que dolorosa, pero el dolor se confuncía con el placer. Gina sonrió y comenzó a masturbarse, así, de pied, con su dedo índice, que se introducía lentamente y suspiraba.
- Por favor - me dijo-, tú no te masturbes, sólo mírame. Me voy a dar en ti, voy a ofrecerte mi goce y luego tú gozarás de mí y yo de ti, será un placer retardado que nos bañará a los dos, que nos inundará, ay, de húmedos jugos y afiladas caricias.
Quise besarla, pero no me dejo y me dijo que debía tener paciencia. Así lo hice.
Se masturbó durante un largo rato. Yo la miraba y ella me sonreía y suspiraba. Su coño era una elegante membrana de vibraciones y jugos brillantes, que me invitaban a soñar con un placer entre la electricidad y la calma suave de una playa al atardecer en otoño, ese olor que asciende del mar y se convierte en memoria de la felicidad. Me levante y besé su hombro. Acaricié su pecho y apreté ligeramente su pezón derecho. Ella bajó la cabeza y comenzó a agitarde. Agarro mi pene y jugó con él. Yo conseguía, por primerva vez en mi vida, controlar mi erección.
Gina abrió placenteramente sus piernas y me ofreció su coñito, tan hermoso. Comencé por besar la cara interna de sus muslos, pasé a acariciar con mi lengua el pelo que había sobre su vulva. Ella suspiraba sin pronunciar ninguna palabra: cuánto me excita pensar en esos sonidos. La levanté y comencé a penetrarla suavemente. Ella gemía
Mi semén inundó su vagina. Qué cosa ver cómo esa masa blanca y espesa descendía por su coño. Hice algo parecido a un masaje con mi palma abierta, de tal manera que embadurné de semén todo su coño. Ella introdujo mi pene en su boca y comenzó a succionar sin descanso. Me volví a correr. Otra vez el semen se posaba en su cuerpo.
Descansamos y charlamos. Al cabo de un tiempo. ¿una hora, dos, tres horas? Comenzamos otra vez.
- Quiero que me folles por detrás.
- mmm
- Así
Se intrudujo sus deditos en el ano.
Cuando estuvo preparado, bien dilatado, metí mi pene y comenzó otra fiesta. Ay, Gina, eres una diosa.
- ¿Su majestad Gina desea algo más?
- Si, más lechita, no puedo vivir sin ella.
La besé grandemente en la boca y sentí como eso era un regalo que disfrutaría para siempre. mmm
9 years ago